Entre las principales causas de sus consultas e incapacidades médicas de los maestros en Bogotá está la combinación entre ansiedad y depresión, así como las afecciones a la voz y osteomusculares.
INTEGRANTES: Claudia Lucia Barreto Cortes Viviana Andrea Cubillos Zabala Luz Adriana Salgado Castro Maria Paula Rozo Buenaventura Marisela Zambrano Pinzón
lunes, 23 de abril de 2018
PROBLEMAS PSICOLÓGICOS EN LOS MAESTROS
Los problemas económicos y la
presión laboral han llevado a más de un profesor a episodios de depresión y a
ser internados en sanatorios.
De acuerdo con la
Organización Mundial de la Salud (OMS), el ‘síndrome de burnout’, también
conocido como ‘malestar docente’, es una de las causas más frecuentes que
llevan al fracaso profesional de los docentes. Un estudio que arroja luces
sobre el problema en Colombia es el que realizaron Zamanda Correa, Isabel Muñoz
y Andrés Chaparro para la Universidad del Cauca y que fue publicado en 2010.
Después de estudiar
a 44 profesores de dos universidades de Popayán, entre los 20 y 40 años “se
encontró una frecuencia del 9% de alta despersonalización”, es decir, estos
docentes desarrollaron actitudes negativas y de insensibilidad hacia sus
alumnos; además presentaron “frecuencias del 16% y del 9% de altas
consecuencias físicas y sociales, respectivamente”. Las razones de estos
resultados, según los investigadores, fueron estrés laboral, largas jornadas de
trabajo y aburrimiento por la rutina personal y académica.
En otro estudio,
presentado por Katty Collantín Cardona, estudiante de comunicación social de la
Fundación Universitaria Luis Amigó en Medellín, se evidencia como el “estrés
laboral” termina en la más profunda de las depresiones. Collantín narra la historia
del profesor Víctor, quien terminó internado en un hospital psiquiátrico:
“Transcurrido el primer mes, Víctor conoció a otra profesora, Domitila Angulo,
quien llevaba un año recluida en esta clínica. La maestra venía remitida del
municipio de El Bagre (Antioquia) y murió tras mezclar medicamentos con licor y
otras cosas”.
A las enfermedades
laborales se unen más preocupaciones, como la ausencia de un salario digno, la
baja calidad educativa, la dificultad de acceder a la educación superior y la
falta de incentivos para adelantar proyectos de investigación, como lo demostró
un estudio que publicó la Fundación Compartir a comienzos de este año. En
Colombia, un docente gana menos que un profesional asalariado. Mientras que un
profesor devenga aproximadamente $1’517.220 mensualmente, un profesional recibe
cerca de $2’678.638.
Lo triste es que la
batalla contra los complejos psicológicos de los maestros se mantiene en
silencio por mucho tiempo y se padece en soledad.
* Nombre cambiado
para proteger a la fuente.
Referencia
Todos por la
educación. (2014, 21 de junio). ¿Qué deprime a un maestro en Colombia?. El Espectador. Recuperado de: https://www.elespectador.com/noticias/educacion/deprime-un-maestro-colombia-articulo-499797
EJEMPLO DE ALTERACIÓN PSICOLÓGICA EN LOS MAESTROS
Mayo de 2014.
Cajicá, Cundinamarca. El profesor Alfredo Suárez* mira un punto fijo en la
pared, sentado en la alfombra de su casa. Su hijo de siete años le habla y él
no escucha; los antidepresivos no han hecho efecto. A sus cuarenta años ha
concluido que ser un buen maestro implica dejar a la familia, pelear en
estrados judiciales para mantener su trabajo y sacrificar algo de cordura.
Estas ideas
parecían absurdas cuando entró a estudiar Licenciatura en Química en la
Universidad Distrital Francisco José de Caldas, durante el segundo semestre de
1997. Mantenía la ilusión de aprender biología, física, ciencias naturales. Ser
un maestro integral. “Pero no fue así, no hubo un aprendizaje completo y me
dolió que quitaran del currículo académico asignaturas relacionadas con
biología. Fueron cinco años de estudio en los que se fue desilusionando.
Cuando se graduó,
pasaron ocho meses para que lo llamaran de un trabajo, “ofrecían menos de un
salario mínimo por ser profesor de química, literatura, religión y educación
física”. En 2002 aceptó un contrato por cincuenta días en el que él debía
asumir los gastos de la EPS, cotizar la pensión y esperar cada dos meses para
que le renovaran el contrato.
Luego fue
seleccionado para dictar clases en un colegio de la provincia de Sabana Centro,
lejos de Bogotá: “Mira, no puedo nombrar el municipio exacto por cuestiones de
amenazas. Cuando llegué había problemas de paramilitarismo, la gente era muy
hostil, muy bélica. Para mí fue una bofetada ver cómo los padres me amenazaban,
me mentaban la madre cuando se les daba la gana; allá el maestro no es nadie.
No protestaba porque sabía de antemano que las bacrim estaban por ahí
escondidas”.
Con el tiempo
Alfredo tuvo inconvenientes con los rectores, que recargaron su horario de
trabajo, redujeron sus descansos y lo enviaron a dar clases en lugares donde
terminaban apiñados hasta 55 alumnos. Cuando hizo públicas sus críticas,
comenzó a correr el rumor de que sería trasladado.
“El drama se complicó.
Yo venía muy mal de salud y empecé a sentir mucha ansiedad. Todo el mundo se
convirtió en mi enemigo porque me di cuenta de que algunos profesores me
grababan cuando yo hablaba mal del colegio y luego le mostraban a la rectora.
Mi psiquiatra dijo que no daba más, la depresión me tiró al piso, me quitó las
ganas de vivir”.
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